Ay, cuántos hays

Juan y de la VegaHay un perro en Lavapiés que pudiera ser un cerdo, una rata o un deshecho. Hay una amiga agobiada que me llama a las dos de la mañana mientras tiendo la ropa. Hay un acomodador que no nos deja entrar a la segunda parte del teatro por tomarnos unas cañas. Hay una cama nueva que empiezo a deshacer. Hay un dolor de espalda en mi sofá. Hay un pollo que se llama De la Vega. Hay tres mil historias que me quedo sin contar por pereza a hablar. Hay una planta del dinero en nuestra ventana y una cartilla vacía en mi bolso. Hay unos besos que me sigo guardando. Hay una vecina que me deja entrar a mi casa por el patio. Hay tres pantalones que me vienen grandes. Hay una camarera a la que regalo calamares congelados cuando salgo en pijama de fiesta. Hay un colega que me llama Alberto. Hay un pintor que me quiere llevar a jugar al baloncesto. Hay un post que escribo en el trabajo. Hay un peligro de incendio cada noche en la ciudad que me acoge sin reproches. Hay lamento que no me atrevo a decirte. Hay confesiones que se me empiezan a escapar. Hay una amiga que no quiere hablarme. Hay una ciudad que no echo de menos. Hay un guión que nunca termino. Hay tanta gente que echo de menos. Hay una tos que ya no me deja. Hay esperanza de seguir creciendo. Ay, que bien malvivo y cuánto me quejo...

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Carta a Torremanzanas

Ahora que la vida por fin me lleva a pensar en lo que quiero de la vida, ahora que tomo decisiones tal como debería tomarlas y no tal como me gustaría tomarlas, ahora que trabajo en lo que me toca porque no se contrata a una desconocida en algo en lo que no se tiene experiencia por mucho que le gustase, ahora que me doy cuenta de que para conseguir lo que uno relamente quiere hay que esforzarse y proponerselo en serio, hay que estirar la cuerda de la pasión, la voluntad y sacrificio, ahora que escucho a la gente doce años (o más) mayor que yo las mismas crisis que rondan mi existencia.
Ahora voy y leo las palabras [que me llegaron más adentro de lo que suponía] de Fernando, al que me arriesgaría a llamar amigo. Leo y respiro tranquila pensando en los seres que sueñan con la utopía que no sabemos si alcanzaremos. Leo y me azota la amargura de querer ir a verte a esa casa que puedo ver. Y tus sueños, Fer, me hacen soñar que voy a pintarte un cuadro muy grande [aunque no sepa pintar] para que lo cuelgues en alguna pared de tu caserío. Y sueño que te acuerdas de mí y me invitas a esa casa tuya y allí conozco a gente y a sus historias y sueño que lo que sueño existe, sueño que lo que sueño me atrevo a realizar. Y al final caigo en la cuenta de que todo es posible, de que esa casa debe existir y está en tu mano que exista para animarnos a todos a soñar y cumplirlo. Aunque luego la realidad de nuestros sueños nos defraude... aunque eso dé mucho miedo.

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“PERCEPCIÓN, SORPRESA Y EXTRAÑEZA”

La vida, ese espejismo, ese silencio en el abismo de lo que esperamos y lo que nos ofrece. La vida como poesía.

Cómo atrapar el silencio en un folio en blanco, cómo convertir la palabra en el poema perfecto, cómo conquistar el sentimiento y sucumbir en el momento exacto del silencio.

Porque como dice Jaime Siles “el verdadero protagonista de un poema no es quien lo escribe sino quien lo lee”, “el yo es un producto del lenguaje”. La vida es un poema fruto de “percepción, sorpresa y extrañeza”.

La vida es un guión de cine carente de causalidad y plagado de conflicto. Un guión con normas establecidas aunque no por ello aceptadas. Una xilografía de Escher en la que dos personas conviven en la misma escalera, uno sube mientras otro baja, cuando en realidad avanzan en la misma dirección.

La vida, la mía, la tuya, la nuestra es un juego de expectativas sin expectadores, expectaciones que nadan en sueños. Las grandes cuestiones vitales: quién soy, de dónde voy, a dónde vengo son las preguntas que no me atrevo a enunciar no vaya a ser que encuentre respuesta. No vaya a ser que tenga que esforzarme en cumplir mis propósitos. No vaya a ser que mis sueños se puedan hacer realidad.

La vida es, al fin y al cabo, una excusa para vivir, para disfrutar de las mentiras innecesarias que nos acercan a la felicidad: el silencio del poema, la palabra en la pintura, un beso de amor en la comisura.

Como en un poema, la vida no existe si nadie la lee y se la inventa de nuevo. La vida es un yo fruto del lenguaje, carente se significado propio, plagado de todos los yoes posibles, ausente de nombres propios, repleto de seres animados por una fuerza incandescente.

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Soy (versión maldita)

A Juan, por la inspiración.

Soy la dueña de mi propia existencia como un títere manejado por un zurdo con la diestra.
Soy la mujer de un hombre sin piedad vestido de amor prohibido y degenerado.
Soy la historia inacabada de una película de ciencia ficción.
Soy el sobre demorado en el buzón de correos.
Soy la canción incombustible en la fiebre de la medianoche.
Soy el sueño bajo un edredón de terciopelo.
Soy el charco que salpica a los niños sin botas de agua ni madre ni ombligo ni cajón de arena.
Soy la acera repleta de banderas e insignias que no significan nada.
Soy ambigua por ser terrenal y demonio angosto en el limbo.
Soy niñera de sueños de complejos.
Soy el sereno que encierra en los portales los besos proscritos y prescritos.
Soy la mentira que confunde a tus labios,
la desdicha que escondes en la ducha cuando cantas,
el sonajero inútil que campanea a medianoche y te despierta,
el mensaje de bienvenida de un móvil apagado,
la claudicación a una estepa de frío,
la reverberación de un sol en tu espalda.
Soy mil veces ciento cien mil multiplicada por cero al cuadrado.
Soy una S seguida de una O más una I griega.
Soy griega en parsimonia, árabe en la mirada, americana de marca, amueblada sueca, dependiente vasca, morcilla de Burgos a la costra ilicitana.
Soy la que se emborracha y molesta,
La que te mira y tropieza.
Soy todo lo que quieras que sea, comunista religiosa, conservadora atea, capitalista chií, mentirosa compulsiva.
Soy bajo el nombre que me dieron, qué coño, la mejor de las versiones de mí misma.
Soy una atrapada en un vuelo a ras de tierra, en un alto horizonte por debajo del nivel del mar.
Soy la que escribe sin motivo pero no cesa en su lucha por dejar, bajo una pluma prestada, un millón de palabras que no intentan decir nada pero que significan muchas cosas.

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