Esta mañana iba en el tranvía camino al trabajo. Una mujer y su hijo con acento sugerente comentaban que hoy es el día más caluroso del año. El niño, que no alcanzaba los cinco años [según han comentado más tarde], apuntaba que el título del día venía del mártir San Lorenzo que fue quemado vivo en una parrilla en el 258.

Mártir es todo aquel que muere o padece a favor de sus creencia, en este caso por su amor a Jesucristo. La vida del más allá ha condicionado nuestra existencia desde el Big Bang dio luz al comienzo de esta nuestra historia. Morir por algo que no podemos tocar ni ver ni escuchar ni saborear u oler. Yo, que no creo más allá de mis cinco sentidos, me quedo perpleja ante ese amor etéreo, esa fe acérrima que sustituyo por un mundo interior que reconozco que nace de mi propia imaginación. Como en una película que vi el otro día [C.R.A.Z.Y.] en la que el protagonista decía: “Desde que dejé de creer en Dios la misa del Gallo se me hace mucho más corta”.

Me perpleja la muerte por amor invisible sin feedback ni besos pero me aterroriza mucho más el que mata por ese mismo amor. Así que me confieso materialista en el amor y en la vida, y elevo como vía hacia la conmiseración de nuestra existencia, la propia imaginación, que no traiciona y hasta la fecha tampoco mata.
Y como el Big Bang puede volver a suceder puede que la teoría del péndulo nos convierta en polvo de nuevo, que coño si hagamos los que hagamos seremos polvo de aquí a un tiempo no será mejor que las fuerzas inmateriales nos ayuden a salir del sufrimiento y no a padecerlo. Como la imaginación y la música de Freddy Mercury sacaba al protagonista de la peli que menciono de la agonía de la misa del Gallo.

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