No una ni dos si no que tengo hasta tres, por orden alfabético o por separado como quieras contarlas siempre están. Son, en mi vida, uno de los mayores ejemplos de lo que se tiene y no se valora. Cada una por separado o las tres en conjunto como quieras mirarlas contarlas o alabarlas son dignas de tres mil elogios. No son perfectas es claro, son humanas, carnales, fierecillas indomables, dominadas encantadas, con tendencias dispares aunque con cada vez más confesables lugares comunes. Son (por no decir somos) excepciones a analizar pero qué más da sobre todo fenomenales. Con ellas he viajado menos de lo que debería, pero suficiente para contarlo. Les debo no es la expresión, las merezco, ¿por qué no?, les cuento, cada vez más, las llamo, en mi mente cada día. Las quiero, aunque no se lo diga.
No una ni dos si no tres son mis compañeras hasta el fin de mis días, mis envidias, utopías, esperanzas, seres en los que me apoyo a cientos de kilómetros. A una la pegué a otra la grité a alguna la odié a todas las necesito. Decir que mi favorita no hace sombra a la más petarda es como decir que a la que más sensata es la locura condensada. Son las mujeres de mi vida, son todas bíblica y bajo sus palabras sangre de mi sangre. Son sin yo decidirlo tres estamentos, tres juicios finales, tres padrenuetros embriagados de ateísmo, son los tres angelitos que guardan mi cama, mi alma, y casi siempre también mi bolsillo. Son de las heras, son ponce. Son todo lo que soy, un poco más un poco menos.
No una ni dos si no tres son las hijas de mi madre, las flores de mi jardín, que aunque no riegue permanecen.

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